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martes, 24 de mayo de 2011

"Elegia Interrumpido" de Octavio Paz

Elegía
Interrumpida

Hoy recuerdo a los muertos de mi casa.
Al primer
muerto nunca lo olvidamos,
aunque muera de rayo, tan aprisa
que no alcance
la cama ni los óleos.
Oigo el bastón que duda en un peldaño,
el cuerpo que
se afianza en un suspiro,
la puerta que se abre, el muerto que entra.
De
una puerta a morir hay poco espacio
y apenas queda tiempo de
sentarse,
alzar la cara, ver la hora
y enterarse: las ocho y
cuarto.

Hoy recuerdo a los muertos de mi casa.
La que murió noche tras
noche
y era una larga despedida,
un tren que nunca parte, su
agonía.
Codicia de la boca
al hilo de un suspiro suspendida,
ojos que
no se cierran y hacen señas
y vagan de la lámpara a mis ojos,
fija mirada
que se abraza a otra,
ajena, que se asfixia en el abrazo
y al fin se
escapa y ve desde la orilla
cómo se hunde y pierde cuerpo el alma
y no
encuentra unos ojos a que asirse...
¿Y me invitó a morir esa mirada?
Quizá
morimos sólo porque nadie
quiere morirse con nosotros, nadie
quiere
mirarnos a los ojos.

Hoy recuerdo a los muertos de mi casa.
Al que se
fue por unas horas
y nadie sabe en qué silencio entró.
De sobremesa, cada
noche,
la pausa sin color que da al vacío
o la frase sin fin que cuelga a
medias
del hilo de la araña del silencio
abren un corredor para el que
vuelve:
suenan sus pasos, sube, se detiene...
Y alguien entre nosotros se
levanta
y cierra bien la puerta.
Pero él, allá del otro lado,
insiste.
Acecha en cada hueco, en los repliegues,
vaga entre los bostezos,
las afueras.
Aunque cerremos puertas, él insiste.

Hoy recuerdo a los
muertos de mi casa.
Rostros perdidos en mi frente, rostros
sin ojos, ojos
fijos, vaciados,
¿busco en ellos acaso mi secreto,
el dios de sangre que
mi sangre mueve,
el dios de yelo, el dios que me devora?
Su silencio es
espejo de mi vida,
en mi vida su muerte se prolonga:
soy el error final de
sus errores.

Hoy recuerdo a los muertos de mi casa.
El pensamiento
disipado, el acto
disipado, los nombres esparcidos
(lagunas, zonas nulas,
hoyos
que escarba terca la memoria),
la dispersión de los
encuentros,
el yo, su guiño abstracto, compartido
siempre por otro (el
mismo) yo, las iras,
el deseo y sus máscaras, la víbora
enterrada, las
lentas erosiones,
la espera, el miedo, el acto
y su reverso: en mí se
obstinan,
piden comer el pan, la fruta, el cuerpo,
beber el agua que les
fue negada.

Pero no hay agua ya, todo está seco,
no sabe el pan, la
fruta amarga,
amor domesticado, masticado,
en jaulas de barrotes
invisibles
mono onanista y perra amaestrada,
lo que devoras te
devora,
tu víctima también es tu verdugo.
Montón de días muertos,
arrugados
periódicos, y noches descorchadas
y en el amanecer de párpados
hinchados
el gesto con que deshacemos
el nudo corredizo, la corbata,
y
ya apagan las luces en la calle
?saluda al sol, araña, no seas
rencorosa?
y más muertos que vivos entramos en la cama.

Es un desierto
circular el mundo,
el cielo está cerrado y el infierno vacío.

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