Mis ojos se han vuelto claros
de tanto mirar el mar;
de tanto verlo, en mi vida
las olas vienen y van.
Mi pensamiento antes frívolo,
de tanto mirar el mar
se ha vuelto apacible, grave;
y es tal su profundidad,
que en vano un buzo de almas
fondo habría de buscar.
Mis melancolías cantan
blandamente, como el mar
la misma canción monótona,
al mismo viejo compás.
En mi corazón, enfriado
por la pena y por la edad,
reinan la quietud y el hielo
del océano glacial.
Recogido, silencioso,
esquivo y áspero está
como una roca perdida
en la gris inmensidad.
Sólo hay algo que no tiene
mi espíritu como el mar:
las cóleras no hay en mi
ya vientos de tempestad
ni espumas rabiosas.
Nada te puede encolerizar,
mar muerto, mar de mi alma,
"mar de la serenidad".
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